Miro fijamente las líneas de la carretera, blanco, negro, blanco, negro... una sucesión de colores básicos, que sin embargo parecen tan vivos ante mis ojos que necesito apartarlos de ahí. Al otro extremo, el conductor, tapa sus ojos con unas enormes gafas, en parte para proteger su vista, en parte para ocultar su tristeza. La vida no le puede ir peor, su mujer... le detesta, su hijo... le odia y sus amigos... hace tiempo que dejó de tenerlos. Lo único que le mantiene con vida, es la droga, esa que compra con su nómina del mes, esa que compra a su camello habitual. Ese camello que tiene una vida de lujo, no le falta de nada, el dinero... le cae del cielo, la familia... no sabe nada de su trabajo, el único problema que se le presenta es, él mismo, no se soporta, no puede ver su cara reflejada en el espejo, por eso ha decidido acudir a aquel cirujano que hace milagros. Dicen que es el mejor, él también lo cree, con sus manos ha operado a decenas de personas, sabe que hace feliz a cada una de ellas, a cambio de una suma de dinero alta. Su coche... el más potente, su novia... la más guapa, pero hay algo que no podrá cambiar, los maltratos de su padre cuando era niño. Ese padre que hoy es abuelo, ese que necesita tomar más de una copa de whisky para despejar su mente antes de dormir. Su tiempo de gloria ya ha pasado, ahora solo es un reflejo de lo que fue, una sombra de lo que era. Lo tenía todo y ahora no tiene nada. Pasa a través de la puerta automática del autobús, y se sienta dos asientos delante de mí. Ambos vemos la luna de la misma forma, pero también ambos, le damos un significado diferente.

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